En la
primera anécdota sobre la Academia en la que estudié Bachillerato
ya explique de que tipo de centro “educativo” se trataba. Era
propiedad de Don Ricardo, un hombre bonachón que después de
dirigirla muchos años, aun tenía ilusión de que alguno de nosotros
llegara a saber algo, por lo cual, llegamos a la conclusión de que
era un fanático seguidor del Alcoyano.
Las finanzas corrían a cargo
de Doña Pilar, la mujer del Director, que me río yo del “Cobrador
del Frack”, era implacable, como te retrasaras un día en el pago,
te perseguía implacablemente por las clases, claro, que alguna razón
tenía, había quien acumulaba varios meses, casi le da un infarto
cuando Don Ricardo decidió no cobrarme las mensualidades durante el
COU para que no me fuera al Instituto Beillure.
El orden corría a
cargo de Don Rosendo, hábil con la fusta, hoy le apodaríamos “El
tío de la vara”, pero entonces no nos arriesgamos a ponerle ningún
mote, no sabíamos de donde procedía, pero hay quien afirmaba que en
su época fue domador de leones, pero que lo habían echado del circo
por comérselos, aunque con los alumnos no pudo. Nosotros los héroes
de toda la historia los podéis ver en el dibujo (yo soy el de más a
la derecha).
Entonces
existía una asignatura llamada FEN o, más largamente, Formación
del Espíritu Nacional, que se ve que los de derechas no se acuerdan,
porque pretenden que es manipulación la Educación para la
Ciudadanía, aquello que nos daban si que era de verdad puro
adoctrinamiento. Nuestro profesos de FEN se llamaba Don Manuel, pero
todos a sus espaldas le llamábamos Don Hipólito. Era un mutilado de
guerra y excombatiente, miembro de las JONS*, aunque tendría los 60.
Había perdido, no sabemos como, los dos meñiques, por lo que lo
llamábamos también “cuatro dedos”.
El caso
es que un día estábamos en clase de química con el Director, el
caso es que Don Manuel entró a hacer una consulta a Don Ricardo,
ocasión que no se perdía para entablar una batalla de balitas de
papel disparadas por la cerbatana conocida como bic-cristal.
Terminada la consulta, Don Manuel se dirigió a la puerta para salir
del aula.
Por lo
visto, Don Ricardo se le había olvidado decir algo e intentaba
llamar al profesor que se iba, pero su despiste y mala memoria
impedían que se acordara de su nombre. Como dicen que a las
ocasiones las pintan calvas, los de primera fila le apuntamos en voz
baja:
- Don
Hipólito
Don
Ricardo, ni corto ni perezoso, en voz bien alta exclamó:
- ¡Don
Hipólito! ¡Don Hipólito!
El
cuatro dedos, con toda su altura, se giró en redondo, puso cara de
enfado, que más parecía Frankenstein que un humilde profesor, se
dirigió a la tarima con grandes zancadas y levantando repetidamente
el indice extendido en las mismísimas narices del profesor de
química, diciendole:
- ¡¡¡NO
ME LLAMO HIPÓLITO!!!,... ¡¡¡MEEE LLAAAMO MANUEEEEL!!!
*
Juventudes Obreras Nacional Sindicalistas
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