Don
Ricardo, el Directos y profesor de química, era bastante despistado,
como ya hemos visto con “Don Hipólito”, en ocasiones, este
despiste llegaba a dar un aviso y saltárselo a continuación.
Una de
las cosas que más orgullo le daba de su Academia era su completísimo
laboratorio de física y química. La verdad es que era lo más
completo que tenía, muy por encima de su alumnado, era una de esas
cosas que hacen cierto el dicho de que “la miel no está hecha para
la boca del asno”.
Un día
decidió mostrarnos como se hacía de verdad una de las reacciones
que acostumbrábamos a hacer en la pizarra. La cosa era fácil,
consistía partir de ácido clorhídrico y zinc para obtener cloruro
de zinc e hidrógeno.
Para
ello íbamos a emplear el siguiente esquema:
En un
matraz teníamos que poner agua y un poco de Zinc, lo tapábamos
herméticamente con un tapón, que disponía de dos tubos, uno de
seguridad (sin reflujo) y otro en forma de “S” para extraer el
gas, un bol de cristal con agua y una ampolla conectada a una
jeringuilla.
Nos
aviso que el hidrógeno El hidrógeno, un gas altamente inflamable,
puede acumularse en concentraciones explosivas dentro de tambores o
cualquier tipo de recipiente, y que hay que tener cuidado al mezclar
ácido clorhídrico con agua, siempre hay que poner el ácido sobre
el agua y no al revés.
Él
era el encargado de manipular y nosotros de ver. Con un cuentagotas
cogió un poco de ácido clorhídrico, lo introdujo por el tubo de
seguridad, este se mezclo con el agua, entro en reacción con el
zinc, con lo cual, se obtenía cloruro de zinc que se disolvía e
hidrógeno que salía por el tubo en “S”, burbujeaba en el agua y
se almacenaba en la jeringuilla.
Terminado
el experimento, comprobamos que coincidía con las cifras que
habíamos calculado en clase. Finalizada la explicación, para
terminar de ser instructivo, decidió mostrarnos que el hidrógeno
era muy combustible, para ello separó la jeringuilla del resto del
aparato, nos dijo que nos apartáramos y con cuidado acerco el
mechero a la boca de la jeringuilla.
De
repente, sonó como un disparo y un cristal que se rompía, todos nos
echamos al suelo, él se quedo de pie, quieto, pálido, con el
mechero en la mano.
No
tardó don Rosendo de entrar en el laboratorio con un émbolo y
diciendo que quien de nosotros lo habíamos tirado por la ventana.
Aquél
día nos quedo claro lo que no había que hacer.
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