domingo, 28 de octubre de 2012

La Academia II: Don Hipólito



En la primera anécdota sobre la Academia en la que estudié Bachillerato ya explique de que tipo de centro “educativo” se trataba. Era propiedad de Don Ricardo, un hombre bonachón que después de dirigirla muchos años, aun tenía ilusión de que alguno de nosotros llegara a saber algo, por lo cual, llegamos a la conclusión de que era un fanático seguidor del Alcoyano. 

Las finanzas corrían a cargo de Doña Pilar, la mujer del Director, que me río yo del “Cobrador del Frack”, era implacable, como te retrasaras un día en el pago, te perseguía implacablemente por las clases, claro, que alguna razón tenía, había quien acumulaba varios meses, casi le da un infarto cuando Don Ricardo decidió no cobrarme las mensualidades durante el COU para que no me fuera al Instituto Beillure. 

El orden corría a cargo de Don Rosendo, hábil con la fusta, hoy le apodaríamos “El tío de la vara”, pero entonces no nos arriesgamos a ponerle ningún mote, no sabíamos de donde procedía, pero hay quien afirmaba que en su época fue domador de leones, pero que lo habían echado del circo por comérselos, aunque con los alumnos no pudo. Nosotros los héroes de toda la historia los podéis ver en el dibujo (yo soy el de más a la derecha).

Entonces existía una asignatura llamada FEN o, más largamente, Formación del Espíritu Nacional, que se ve que los de derechas no se acuerdan, porque pretenden que es manipulación la Educación para la Ciudadanía, aquello que nos daban si que era de verdad puro adoctrinamiento. Nuestro profesos de FEN se llamaba Don Manuel, pero todos a sus espaldas le llamábamos Don Hipólito. Era un mutilado de guerra y excombatiente, miembro de las JONS*, aunque tendría los 60. Había perdido, no sabemos como, los dos meñiques, por lo que lo llamábamos también “cuatro dedos”.

El caso es que un día estábamos en clase de química con el Director, el caso es que Don Manuel entró a hacer una consulta a Don Ricardo, ocasión que no se perdía para entablar una batalla de balitas de papel disparadas por la cerbatana conocida como bic-cristal. Terminada la consulta, Don Manuel se dirigió a la puerta para salir del aula.

Por lo visto, Don Ricardo se le había olvidado decir algo e intentaba llamar al profesor que se iba, pero su despiste y mala memoria impedían que se acordara de su nombre. Como dicen que a las ocasiones las pintan calvas, los de primera fila le apuntamos en voz baja:

-     Don Hipólito

Don Ricardo, ni corto ni perezoso, en voz bien alta exclamó:

-    ¡Don Hipólito! ¡Don Hipólito!

El cuatro dedos, con toda su altura, se giró en redondo, puso cara de enfado, que más parecía Frankenstein que un humilde profesor, se dirigió a la tarima con grandes zancadas y levantando repetidamente el indice extendido en las mismísimas narices del profesor de química, diciendole:

-    ¡¡¡NO ME LLAMO HIPÓLITO!!!,... ¡¡¡MEEE LLAAAMO MANUEEEEL!!!


* Juventudes Obreras Nacional Sindicalistas

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